El Jardín de las Delicias: Análisis de la obra maestra de El Bosco

Existen diversas interpretaciones de lectura del tríptico cuyo título desconocemos, y que a partir de Fray José de Sigüenza, Bibliotecario de El Escorial, lo conocemos como “El Jardín de las Delicias”.

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Hugo Ferreira Quirós

Grande habrá sido la impresión del rey Felipe II cuando vio por primera vez la obra maestra de “El Bosco”. Como monarca todopoderoso no dudó en adquirir dicha obra y donarla a la plasmación de sus desvelos, el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial.

Se trata de un óleo sobre madera de roble compuesto en un tríptico cuyo panel central es del tamaño de la suma de sus dos paneles extremos.

El autor de esta pieza es Jheronimus van Aken, afamado pintor holandés quien adopta un seudónimo relacionado con su origen, la ciudad de Hertogenbosch, conformando el nombre de  Jheronimus Bosch. Al castellanizar la palabra Bosch actualmente lo conocemos como “El Bosco”.

Existen diversas interpretaciones de lectura del tríptico cuyo título desconocemos, y que a partir de Fray José de Sigüenza, Bibliotecario de El Escorial, lo conocemos como “El Jardín de las Delicias”.

Algunos estudiosos hablan de un proto-surrealismo. Otros le otorgan una concepción esotérica, con conocimientos herméticos. En lo personal, adhiero a aquellos que sostienen que la inspiración de esta obra es de un carácter cristiano moralizante. Según mi criterio el autor se para en una postura de Demiurgo, del Creador y es por eso que debemos leerlo y entenderlo como si el Bosco nos mirara desde el fondo mismo del panel central, a cuya derecha se encuentra el Paraíso y a cuya izquierda se encuentra el Infierno.

La vista más corriente que vemos de la obra, es un panel central profusamente colorido flanqueado por dos paneles laterales donde dos escenas se contraponen. Menos conocido es el hecho de que los paneles laterales están pintados a ambos lados, de modo que si cerramos el tríptico obtenemos una única composición en torno a un mundo primigenio. A puertas cerradas asistimos a un mundo terrenal arquetípico donde podemos visualizar a la izquierda a Dios Padre que está creando al mundo.

Es un mundo primitivo, aún en proceso de creación, pues solamente está plasmado el reino mineral y el reino vegetal. Aún no han aparecido ni animales ni seres humanos. Al ser un mundo en gestación el pintor opta por tonos monocromáticos en la escala de grises, técnica que se denomina Grisalla. Dicha escena monocromática contrasta con el colorido de la composición tríptica interior.

 

Volviendo al interior, a nivel cromático el panel del Paraíso es luminoso, predominando los verdes, los azules y los rosas. Al no poseer colores cálidos vivos, quizá quiera expresarnos cierta inocencia primigenia o ausencia de pecado. En cambio en el panel central los verdes están contratados por rojos intensos que denotan lujuria y pecado carnal. También desde el punto de vista cromático, el panel de la derecha, correspondiente al Infierno, se diferencia notablemente de los dos anteriores, por una oscuridad predominante donde reina la noche y las huestes del Infierno hacen de la suyas con los sentenciados.

 

Es destacar la fantasiosa imaginación del Bosco en plasmar arquitecturas fantásticas basadas en Cromlechs prehistóricos combinados con formaciones rocosas y fantasiosas especies vegetales.

 

A modo de síntesis se puede apreciar que en la tabla del Paraíso la fuente arquetípica tiene la misma coloración que la túnica de Dios Padre, por tanto podemos deducir que de allí emana la vida y es precisamente en el Centro del panel que se encuentra una esfera hueca cuyo origen es un búho, quizá representando al misterio. Tanto Dios como la fuente primigenia dividen en este panel, los dos extremos de la dualidad del mundo.  A su vez el autor plasma un rostro esbozado con formas naturales que recuerda las tentaciones, las pasiones y los bajos sentimientos del ser humano, por eso está sugerido con vegetales y alimañas.

 

En el panel central la Lujuria está simbolizada por el color rojo, presente en las frutas del pecado y en una especie de carpa arbórea. Cientos de seres humanos y animales actúan a placer como si no hubiese mañana, en una escena que sin ser explícita sugiere perversidad. En este caso no interesa la escala de aves, de animales y humanos, pues lo que cuentan son sus actos que al estar librados a su propio juicio, son pecaminosos a los ojos de Dios. El tema del panel central es una denuncia de la corrupción del mundo.

 

Ante tanto escándalo, las acciones desembocan en la entrada al Infierno, el panel que está a nuestra derecha.

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He aquí el sector más inquietante del conjunto y quizás por eso también el más atractivo. Sin embargo no es un Infierno de sufrimiento y lamentaciones, porque todos los castigos posibles son asumidos con cierta naturalidad y desasosiego. Al mirar a este panel inmediatamente nuestra vista se desplaza a ese “Hombre Árbol” que tiene su trasero roto. Algunos investigadores quieren ver en él a un autorretrato de El Bosco, pero esto no ha sido confirmado.

 Según cuentan algunos biógrafos durante la infancia de El Bosco ocurrió un terrible incendio en su ciudad natal, impresión que lo marcó definitivamente, lo que quizá identificó a dicho incidente como imagen viva del Infierno.

Podemos observar aquí escenas terriblemente atractivas donde predominan las sombras, cuyas siluetas se recortan entre las llamas y el humo. Ejércitos infernales cruzan puentes sobre lagos de lava. Parece claro que el Bosco pretende condenar a los músicos directamente al Infierno, pues presuntamente todos sus encantos e instrumentos son objetos de perdición. Comenzando por un cuchillo que corta dos orejas, cercenan el sentido auditivo para que no escuchen composiciones musicales pecaminosas. Diversos instrumentos musicales aparecen como instrumentos de tortura. Un extraño monarca con cabeza de ave devora a una persona y está sentado en un inodoro de dormitorio de época, que a su vez contiene una bolsa donde caen sus eses, filtrando a los desdichados quienes caen en un pozo sin fondo.

Aunque esta obra es trágica,  esta acometida con cierto desparpajo, con cierta ironía, con cierto humor y con cierta preferencia a lo grotesco. Quizás sea producto de visiones oníricas, de sueños inquietantes, de visualizaciones místicas y de una creatividad exuberante. No obstante tuvo el talento de poder plasmarlo con maestría. El Jardín de las Delicias no tiene una lectura unitaria sino que está pensado como para un estudio minucioso donde solamente deteniéndose en cada detalle se llega a comprender con cabalidad lo que nos quiere expresar su autor.*

HUGO FERREIRA QUIRÓS

Arquitecto

Colaborador activo del Instituto Internacional de Arquitectura y Artes Plásticas Fidias.

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