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Desde la economía clásica a la economía del bien común
Las metáforas pueden aplicarse indistintamente a objetos, emociones, sentimientos e ideas, y también, a una palabra, una frase o expresión.
Se emplea la figura literaria denominada metáfora cuando para designar una cosa, utilizamos el nombre de otra con la que guarda semejanza, tal como utiliza Manuel Rivas en su libro Las llamadas perdidas:
“…sus ojos eran dos tizones”.
En esta metáfora se considera que sus ojos son ardientes como tizones, es decir, como palos a medio quemar que albergan un rescoldo, y refulgen con su fuego interior. De este modo, al emplear un significado diferente al habitual mejoramos la comprensión del concepto, dando a una persona la cualidad de un objeto o viceversa. En virtud de ello, la metáfora citada podría escribirse a la inversa tal como sigue…
“los tizones de sus ojos”.
Las metáforas pueden aplicarse indistintamente a objetos, emociones, sentimientos e ideas, y también, a una palabra, una frase o expresión. Podríamos decir, por ejemplo:
“el atardecer fenecía”;
“el arroyo de cristales licuados”;
“el frío mármol despertó en mi mano irisadas sensaciones”;
“mis sentimientos hacia ella eran torrentes cristalinos”;
“sus ideas eran mariposas y se posaban aquí y allá”…
Podemos encontrarlas también en las frases hechas y en el lenguaje coloquial utilizado en nuestra vida cotidiana…
“he perdido el tiempo”; “el tiempo huye”; “el tiempo es oro”; “necesito pasar página”; “la noticia fue como un jarro de agua fría”; “está en la primavera de su vida”; “él es un pozo de ciencia”…
A menudo, las metáforas relacionan incluso un término “real” con otro “imaginario”, entre los que existe cierta analogía. En palabras de Jorge Icaza se dirá que…
“…el hambre era un animal que ladraba en el estómago”.
De modo similar se expresa Vanessa Montfort en su libro El ingrediente secreto cuando dice…
“…pero la pobreza le estaba mordiendo la ilusión y la falta de ilusión bebía vino hasta hartarse”
En este pasaje se relaciona a la pobreza con un perro hambriento que va devorando las ilusiones de la persona.
Al enlazar entre sí dos elementos apelando a su relación de semejanza se crea entre ellos un vínculo mediante la “imagen poética” utilizada. Si por ejemplo, vinculamos la palabra “cabellos” (como término real) y la palabra “oro” (como término imaginario), vale decir indistintamente,
metáfora simple: “sus cabellos son oro”,
metáfora de complemento: “sus cabellos de oro”, o bien “el oro de sus cabellos”.
A partir de este instante la imagen metafórica podrá suplantar al elemento real en virtud de dicho vínculo de identidad: en este caso nos hallaremos ante una metáfora pura.
Metáfora pura: “el oro de su frente” (pues se omite el término real, cabellos)
No obstante, una metáfora admite otras muchas variantes, de las cuales mostramos, a continuación, tan solo algún ejemplo:
aposicional: “sus cabellos, oro de su frente”;
negativa: “no eran cabellos, sino oro”; “no era oro, sino sus cabellos”;
descriptiva: “sus cabellos, oro, fulgor, belleza y pasión”…
La relación entre el término inicial de una metáfora (sea un objeto, palabra, frase, sentimiento o idea) con el término final (sea un concepto o figura poética) siempre nos sugiere la comparación entre ellos. No obstante, debemos indicar que la metáfora no es una comparación o símil, aunque encierra de modo inevitable una comparación tácita. Tal es el caso cuando se dice, por ejemplo…
“el átomo es un sistema solar en miniatura”.
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En realidad, la metáfora no persigue la comparación entre dos términos sino más bien la identificación entre ellos en virtud de su relación de semejanza. Observemos con detenimiento la siguiente metáfora utilizada por Gabriel García Márquez…
“Tuvo que remontar los afluentes de la memoria”,
Ante dicha expresión, el lector, que sabe que la memoria no tiene afluentes, recurre a una interpretación simbólica de dicha metáfora. Es decir, en ocasiones, la mente ha de buscar en los rincones perdidos de la memoria algunos recuerdos, retornando río arriba, hacia el origen y nacimiento de lo vivido, adentrándose incluso en los pequeños afluentes que la alimentan y le son tributarios.
Las metáforas no son una mera combinación de palabras. Ellas pretenden remarcar una característica concreta del objeto o término de partida con el fin de mostrar un matiz diferente, para lo cual recurren a un nuevo aspecto del lenguaje con un significado más bello. La utilización de metáforas propicia una manera de describir más imaginativa, impactante y colorista, permitiendo al autor crear un lenguaje propio.
Así, Manuel Rivas, gran maestro en el uso de las metáforas, nos dirá…
“…acampaban al lado de la franja de dunas, esa tierra de nadie, frontera que amansaba los vientos entre la playa y el fértil valle”.
De Vanessa Montfort extraemos también otra bella metáfora que crea lenguaje de autor…
“sus párpados melocotón, cerrados sin esfuerzo con elegancia de ostra…”
Cuando las palabras habituales no alcanzan a expresar las ideas o sentimientos que pretende mostrar el escritor, entonces recurre a “la magia de la metáfora”, porque ella aporta un significado no solo más bello, sino más pleno y rotundo… En su libro “Mujeres de ojos grandes”, Ángeles Mastretta expresará el sentimiento de pena como sigue:
“…ella sentía una pena de navajas por todo el cuerpo”
En otro ejemplo extraído del mismo libro, la autora nos muestra a una madre acunando a sus niños al borde de la cama con la siguiente expresión:
“…dispuesta a decirles cuentos y canciones hasta que entraran en la paz del ángel de la guarda”,
Esta madre solícita no se conforma con que sus hijos se duerman y tengan sueños reparadores, sino que aguarda a que alcancen una paz angelical…
Podemos añadir que las metáforas son importantes en una obra literaria no solo porque nos permiten “ver desde otro punto de vista más bello” los objetos, sentimientos e ideas, sino porque “encierran un significado simbólico” que rebasa el sentido habitual. Con las metáforas nos adentramos en un mundo simbólico que no puede faltar en la literatura creativa, un nivel paralelo a la realidad que subyace escondido hasta que el autor nos muestra las claves de su significado oculto.
Por este motivo, la metáfora es de uso habitual en la poesía, donde el autor escribe empujado por una arrebatada e impetuosa imaginación. Es sobre todo en los poemas, donde a menudo se colorean las emociones y se perfilan las ideas mediante imágenes que guardan semejanza con aquello que se quiere expresar. Veamos algunos ejemplos de ello…
En La Ilíada, Homero utiliza la siguiente metáfora:
“…la obscura nube de los enemigos”.
El poeta Pablo Neruda, en su poema Te recuerdo como eras dibuja con palabras la siguiente expresión:
“…en tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo”.
RAMÓN SANCHÍS FERRÁNDIZ
Escritor especialista en narrativa
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