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Hablar sobre la “utilidad de lo inútil” no es algo nuevo, pues se ha reflexionado mucho sobre la necesidad de generar pensamiento, sin búsqueda de lucro inminente y donde el beneficio que se plantea es de carácter psicológico y espiritual.
Se trata de demostrar que lo que el común de los mortales, los “efímeros”, como diría Esquilo en Prometeo Encadenado, en un contexto vital materialista, busca sobre todas las cosas el rendimiento crematístico. Por el contrario, la utilidad de lo que es bueno para el alma y el ámbito mental parece inútil.
La humanidad, en estos tiempos convulsos en los que nos está tocando vivir, necesita generar núcleos de gente que piense, que reflexione intentando bajar al cerebro los arquetipos platónicos que se encuentran en el plano de las Ideas.
Cuando Abraham Flexner escribe su ensayo sobre “La utilidad de los conocimientos inútiles” publicada en el Halper’s Magazine en 1939, estaba brindando una clave importante sobre la necesidad de revisar nuestros comportamientos vitales que, por la influencia del mercantilismo, nos constriñen a la búsqueda de resultados crematísticos y prácticos. En 1930, logra convencer a unos ricos herederos de New Jersey, Louis Bamberger y su hermana y su marido Félix Fuld, para que financiasen una nueva institución dedicada a “la utilidad del conocimiento inútil” con el fin de mejorar la mente humana. (Goldstein, 2005, 17). La idea de Flexner era crear un santuario de pensadores y así nació el Instituto de Estudios Avanzados, una libre comunidad de estudiosos que se afincó en la Universidad de Princeton. Buscó en las matemáticas el soporte ideal dado que todas las herramientas se encuentran en el cerebro y las matemáticas sirven para ordenar las ideas.
Cuando Albert Einstein, huyendo de los nazis, llega a los Estados Unidos será contratado por Flexner. Einstein le solicita un salario de 3.000 dólares y Flexner le ofrece 16.000 dólares y solo por pensar. Más tarde, llegaron otros como el húngaro John von Neumann, creador del primer ordenador o el matemático Kurt Gödel, que es el autor de los Teoremas de la Incompletitud y que se convirtió en el compañero de paseos de Einstein.
Nuccio Ordine (Ordine, 2017, 153, Apéndice Flexner) rescata la teoría de Flexner y elabora su Manifiesto sobre “La utilidad de lo inútil”, publicado en noviembre de 2013. Donde resalta la importancia de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista. Es decir, saberes que son fines por sí mismos y que por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial, pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto dentro del oxímoron que representa la idea de la utilidad de lo inútil, “sería útil todo aquello que nos ayuda a ser mejores”.
Tanto es así que en su obra, Ordine, (Ordine, 2017, 9) la encabeza con una reflexión de Pierre Hadot, cuando dice que “y es precisamente tarea de la filosofía el revelar a los seres humanos la utilidad de lo inútil o, si se quiere, enseñarles a diferenciar entre dos sentidos diferentes de la palabra utilidad”.
Flexner recalca en su informe “hasta qué punto la búsqueda de estas satisfacciones inútiles se revela inesperadamente como la fuente de la que deriva una utilidad insospechada”. Nos recuerda que Marconi, como inventor del telégrafo sin hilos y la radio, en realidad era la última gota de un alambique que se había forjado en años anteriores en la obra teórica de Maxwell y de Hertz, que en sus laboratorios trabajaron “sin interés alguno en la utilidad de su trabajo; y tal pensamiento ni siquiera se les pasó por la cabeza. Carecían de cualquier objetivo práctico”, solo les interesaba detectar y demostrar cómo las ondas electromagnéticas transportan las señales de las transmisiones sin hilos.
La curiosidad, lo que personalmente me gusta llamar “ensayo-error”, nos lleva a resultados inesperados que van enriqueciendo nuestro conocimiento, una especie de serendipity que nos proyecta a descubrimientos fortuitos y valiosos sin que nos lo hayamos propuesto. Nos narra Flexner en su Ensayo, recordando que Paul Ehrlich en su etapa de estudiante fue interpelado por Wilhelm von Waldeyer, su profesor de anatomía en la Universidad de Estrasburgo, cuando observaba por el microscopio y desarrollaba un despliegue de colores sobre la mesa. Al preguntarle ¿qué es lo que hacía? Ehrlich le respondió tímidamente “estoy probando” y su profesor le indicó, “muy bien, continúe con el juego”. “No creo que la idea de la utilidad se cruzara por su mente. Tenía interés, era curioso y siguió jugando, con una motivación puramente científica y no utilitaria”. Sin embargo, los experimentos de Ehrlich fueron utilizados por Weigert para colorear las bacterias y contribuir a su diferenciación. A partir de ahí, Koch y sus asociados establecieron una nueva ciencia, la ciencia de la bacteriología.
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Ni Marconi, ni Koch hubiesen llegado a donde llegaron sin estos antecedentes que, sin buscar resultados, sin esperanza de frutos, trabajaron por curiosidad e interés en la investigación y en la ciencia como un camino de mero conocimiento; o por decirlo en otras palabras, como un “juego de la inteligencia”.
Por ello Flexner, defiende “la conveniencia de abolir la palabra utilidad y liberar al espíritu humano” (Ordine, 2017, 163, Apéndice Flexner) y agrega, “por supuesto, esto comportaría dar libertad a unos cuantos excéntricos inofensivos y derrochar algunos preciosos dólares. Pero es infinitamente más importante, ya que de este modo quebraríamos las cadenas de la mente humana y le otorgaríamos libertad para las aventuras que en nuestros días han conducido, por un lado, a Hale, Rutherford, Einstein y sus semejantes hasta las regiones más remotas del espacio, alejadas de nosotros millones y millones de kilómetros y, por otro, han liberado la ilimitada energía encerrada en el átomo”, y todo ello se ha conseguido por pura curiosidad.
Gracias a la acumulación de conocimientos “inútiles” se ha ido forjando la ciencia de nuestros días, que ha nacido de la libertad espiritual e intelectual.
Como muy bien titula en sus memorias, Hugo Pratt, uno de mis dibujantes favoritos, “El deseo de ser inútil” (Pratt, 2012, 294), agregando, en sus diálogos con Dominique Petitfaux, “que, cuando pienso en aquellos que me acusaban de ser inútil, y en lo que ellos consideran útil, he de decirles que, frente a ellos, no solo tengo el placer de ser inútil, sino el deseo de ser inútil”.
Es que a veces, lo útil puede llegar a ser grotesco y de mal gusto. Pues, la necesidad de lo utilitario genera una esclavitud al resultado y nos aleja del trabajo intelectual de la libertad de pensamiento. El tener que rendir cuentas nos hace dependientes de los efectos. Como nos recuerda Platón en el Teeteto, “los hombres libres disfrutan del tiempo libre, al que tu hacías referencia, y sus discursos los componen en paz y en tiempos de ocio (…) y no les preocupa en nada la extensión o la brevedad de sus razonamientos, sino solamente alcanzar la verdad” (Platón, Obras Completas, Teeteto).
En el marco de estas reflexiones, y con mi experiencia universitaria que cubre más de cincuenta años, considero que se hace necesario un cambio de paradigma universitario que no busque solo los resultados materiales de colocación laboral y empleo, que, si bien son encomiables, no debe ser solo la única necesidad del ejercicio docente en las aulas.
Se hace necesario generar lugares de pensamiento, nichos de inteligencia, donde se enseñe, no solo a pensar, sino también a expresar con la debida claridad lo que elucubramos en nuestro cerebro.
Por ello, la idea de poner en marcha un nuevo modelo universitario que trabaje buscando el ejercicio de la inteligencia, sencillamente por el arte de pensar, es decir, sin la búsqueda de resultados prácticos, sino simplemente, llevados por la fuerza de la curiosidad intelectual.
De la utilidad de aquello que se cree que es inútil, puede resultar un reto de incalculables resultados en el desarrollo de la felicidad.
Un nuevo modelo universitario que logre brindar un alcance holístico que, aprovechando el desarrollo de las nuevas tecnologías y del universo virtual, se expanda por todo el planeta sin solución de continuidad, donde no existan fronteras ni físicas ni lingüísticas.
Llevar a cabo cursos, másteres, diplomaturas que enseñen todo lo que se desee saber, pero sin buscar otros resultados que no sean la felicidad del conocimiento. Sueño con que algún día podremos gozar de una enseñanza que en un conjunto de clases con cursos bien organizados se aprenda en una diplomatura, algo de medicina, algo de derecho, algo de ciencia, algo de filosofía, y demás áreas del conocimiento, sin que se llegue a ser médico, jurista, científico o humanista, pero se logre un conocimiento global. De todo y de nada a la vez, que, en esta idea de la utilidad de lo inútil, quien logre terminar una diplomatura sepa algo de todos los saberes.
De tal manera que el alumnado, de acuerdo con su vocación intelectual, una vez superada la diplomatura, realice un master, ya sea de medicina, de derecho, de ciencia, de filosofía o del área que le interese, constituyendo de este modo un conocimiento global, que, al modo renacentista, le haga más humano y algo más sabio.
Deseo terminar aclarando que con estas ideas quiero destacar que existe otro modelo de utilidades que no tiene que ser necesariamente la utilidad crematística, que no la niego como base de la subsistencia, pero que por el bien de la condición humana tendríamos que hacer un esfuerzo por desarrollar la búsqueda de aquellas utilidades que sean conformes con el desarrollo de la dignidad humana.
Si la condición humana nos impele sobre los bienes materiales, la dignidad humana nos impulsa hacia los bienes espirituales.
Las Universidades como casas del saber, deberían fomentar el cultivo del espíritu y el desarrollo de la inteligencia y no centrarse tanto, como ocurre en la actualidad, en oficinas de colocación laboral. Si bien, una cosa no quita la otra, pues la Universidad no debe desvirtuar su cometido en la búsqueda de aquellas utilidades que se relacionan con el desarrollo de las potencialidades del pensamiento y la inteligencia.
A esto me refiero cuando apoyo el desarrollo de aquellas utilidades que se consideran inútiles desde una perspectiva meramente mercantilista. Apostamos por el desarrollo del pensamiento, de la dignidad humana sobre la condición humana. En definitiva, sobre la potenciación del espíritu sobre la materia y la búsqueda de la felicidad, y, como diría Aristóteles en Ética a Nicómaco (Aristóteles, 2012) a través del desarrollo de los valores humanos.
Aristóteles, (2012) Ética a Nicómaco, ed. Diálogo.
Goldstein, R., (2005) Gödel, Paradoja y vida, Ed. Bosch
Ordine, N., (2017) La utilidad de lo inútil, Manifiesto, con Ensayo de Abraham Flexner, Ed. Acantilado.
Platón, Teeteto, (1969) Obras Completas, Ed. Aguilar
JUAN MANUEL DE FARAMIÑÁN GILBERT
Director de Universitas Estudios Generales
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